domingo, 26 de febrero de 2012

UN DÍA CUALQUIERA (SEGUNDA PARTE)

Un autobús, coches, una moto ruidosa, gente entrando y saliendo de los comercios, todo discurría con normalidad. Pasó por delante de un parque arbolado en el que varios taxis aguardaban a un mismo cliente. Y emergiendo de entre los árboles, una gran figura de hierro prometía velar por la ciudad frente al ataque de cualquier invasor. Después llegó al semáforo de la esquina y esperó su turno un poco preocupado por el aspecto de un joven que también iba a cruzar, la presencia de aquel individuo hizo que inconscientemente agarrase el maletín con mayor fuerza, siempre intentó evitar cualquier peligro, nunca destacó por su heroísmo. Enfrente había un gran edificio umbrío y antiguo, rodeado de grandes árboles entre los que la muerte sació su apetito en uno de ellos; se trataba de un centro de acogida infantil y los niños le repelían, recordando su economía se sintió orgulloso de no tener responsabilidades paternas. Cruzó la calle rodeando otra de aquellas cabinas verdes y anaranjadas que tentaban a la suerte y vio el cartel del cajero alzándose detrás de la parada del autobús; allí estaba el banco. Dirigiendo la vista al interior de la entidad, a través de sus paredes acristaladas, vio que había algunas personas.

Entró en el banco. Estaba algo nervioso. Aguardaba su turno en caja para después hablar con el director que se sonreía desde que le vio entrar. Un hombre con unos recibos y una carpeta, esperaba su turno en la caja, mientras atendían a una madre con el cochecito del niño a sus espaldas. En la otra caja un individuo guardaba el dinero que había retirado y una vieja enlutada, a punto de descomponerse con la luz del día, se aprestaba a retirar la totalidad de su pensión mensual.

En ese momento, entran dos guardas de seguridad con unas sacas y se pierden dentro del establecimiento bancario. Dos individuos más acceden a la entidad aunque no consigue verles la cara.

Ha llegado su turno, saca el dinero del maletín delante de la caja y, de repente, cuando baja la vista para revisar su maletín, siente un golpe en la cabeza que le lleva de bruces contra el suelo un tanto aturdido. Se oye algún grito y alguien llora. Están atracando el banco; todo ha sucedido tan deprisa, que no llega a creer que esté pasando. Le obligan a permanecer callado en una esquina junto a la gente que había en el banco, alejados de las cristaleras. Se oye un disparo y los atracadores emprenden una carrera hacia otra nueva vida, tal vez más prospera, pero toman como rehén al hombre de gafas y maletín que habían derribado de un golpe, su resguardo. Salen del banco dejando un paquete metálico adherido a la puerta aunque no alcanza a definirlo con exactitud; es posible que se trate de una bomba. En la calle, el furgón no tiene conductor y hay una pequeña mancha de sangre en un cristal que le hace creer que hay más colaboradores y están bien organizados. Con fuertes empujones, le hacen entrar en el vehículo, diciéndole a gritos que permanezca quieto y callado, que no va a sucederle nada. Sabe que intentan calmar su nerviosismo, pero que seguramente, querrán acabar con su vida cuando no les sea de utilidad. Todos le parecen alterados pero alguien da un grito de júbilo como indicando que el golpe ha ido bien.

Arrancan y salen disparados; nota que el furgón se mueve entre los demás vehículos con celeridad por las sacudidas bruscas que sufren los ocupantes, entre los que se encuentra él. Dentro del vehículo hay cuatro atracadores, dos delante y dos detrás. Él está sentado en el suelo, junto a unas sacas que presumiblemente, están llenas de dinero pero, también hay bonos y acciones que él reconoce. Le vuelven a gritar diciéndole una vez más que agache la cabeza, aunque de reojo consigue ver por una de las ventanas la ruta que están siguiendo. Los edificios le son familiares y dentro de poco pasarán por delante de su oficina. Aparentemente hay tráfico y todos empiezan a ponerse más nerviosos de lo previsto, tienen miedo. Ahora, le parece que ha oído alguna sirena entre el ruido de los diferentes cláxones de conductores irritados, en disconformidad con el modo de conducir del presuroso chófer del furgón. Intenta alzar un poco la vista y le vuelven a golpear la cara.

Todo parece suceder muy deprisa, siente cada latido de su corazón a modo de fuertes golpes que se propagan como un seísmo por todo su cuerpo y nota cierta humedad en la nariz; está sangrando. Les ha visto la cara a los atracadores y teme lo peor para su vida. Aún sigue tumbado en el suelo mientras los demás miran por las ventanillas; parece que han conseguido salir de la ciudad. Ve la manecilla que abre la puerta posterior, por un momento le pasa por la cabeza la idea de saltar en marcha pero el miedo le vence, nunca ha sido un hombre valiente ni destacó jamás por haber actuado sin pensar. Van armados y ha visto sus rostros, nada bueno puede suceder. Ahora los de atrás se asoman a mirar por el lado del conductor así que están de espaldas a él, quizá ésta sea su única oportunidad. Sin ver nada más que la imagen de una pistola apuntándole a la sien, se levanta rápidamente entre el asombro de sus secuestradores, apenas les deja tiempo para reaccionar ante semejante acto de valentía. Abre la puerta y salta sin vacilar. A sus espaldas se oye un disparo pero no le ha dado, está cayendo sobre la carretera y la vida parece que se ha detenido por un instante para contemplar semejante acción.

Pronto empiezan a pasarle por la mente imágenes de toda su vida al tiempo que su cuerpo da vueltas y vueltas por la carretera aunque no siente dolor; él sigue viendo los detalles que siembran toda su existencia cuando percibe el gran silencio. Ahora yace un cuerpo sobre la calzada. Es él; está muerto.

Un día cualquiera te puede llamar del modo más inesperado, ella, la esposa de tus antepasados, la muerte, no importa cómo, no hay nada que hacer.

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