lunes, 25 de junio de 2012

FUEGO Y PASIÓN (segunda parte)

La noche fue larga. En mi mente no dejaban de sucederse las imágenes de dos personas, cuyo rostro quedaba envuelto en la oscuridad, mientras gozaban del placer que eran capaces de proporcionarse mutuamente, gracias a mi ausencia. Todo se repetía una y otra vez, hasta que este cansino cerebro, cesó sus maquinaciones para quedar vencido por la fatiga.

La noche nos fue abandonando para, así, ir a ofrecer su descanso en la otra cara del mundo. Lo dijo el canto de un gallo, que daba la bienvenida al nuevo día y me  animó a ver el alba desde mi hacienda, como tiempo atrás. Marché hacia las caballerizas, y después de colocarle la silla a uno de los caballos, salí a pasear por la finca, bajo una luz tenue, acogida entre la calma. Una tonalidad rojiza al fondo del paraje, iba adueñándose del firmamento, del que salía una bola de fuego que alimentaba mis ojos sedientos de venganza. Y mientras la mente proseguía en sus cavilaciones, el sol fue ascendiendo hasta culminar todos sus dominios.

 

Entre unos olivos, se escondía una cautivante silueta, frente a un árbol que le hacía de caballete y sobre el que descansaba un lienzo, donde la belleza del paraje quedaba impresa en suaves pinceladas llenas de colorido. Aquella dama, vestida con una especie de túnica blanca, parecía recién extraviada del paraíso de los dioses. Allí estaba ella, inmersa en su creación; sus oscuros cabellos, recogidos con una peineta de madera, adornada mediante una diminuta flor, dejaban la nuca al descubierto para culminar el escote de su espalda; una dura y cruel piedra acogía con gusto la firmeza de aquella noble figura, que recordaba a una estatua esculpida en la antigua Grecia. El caballo, alterado por su misteriosa presencia, relinchó sobresaltado, queja que fue a estorbar la labor de semejante  doncella.

- ¡Se encuentra en una propiedad particular, por favor, abandónela enseguida o avisaré al guarda! –anunció ella con una voz alimentada en la adrenalina del sobresalto, al tiempo que intentó ocultar sus quehaceres-.

- Siento molestarla, pero esta propiedad es mía más mucho allá de donde alcanza la vista. ¿De dónde ha salido usted?. ¿Qué hace aquí?.

Acercándose donde yo estaba, hizo una leve inclinación de la cabeza a modo de saludo. Toda envuelta en aquel vestido, sólo le quedaban al descubierto unas sandalias, que eran la única protección de sus pies en una tierra enterrozada y pedregosa. Prenda que favorecía la distinción de su cuerpo en una feble transparencia casi virginal, que mis ojos anhelaron descubrir recorriendo su figura, de una esbeltez inigualable a cualquier otra de las mujeres que antes hubiese conocido. La piel de su rostro, acariciada por el sol; los cabellos, oscuros como la noche, con reflejos de luna; unos ojos de admiración, color azabache y de mirada sincera, protegidos por vistosos párpados que sus estilizadas cejas coronaban,... Todo ello desvió mi atención de aquella prenda sedosa, hacia su afable rostro.

- Disculpe señor. Soy la sobrina del hombre que se ocupa de estas tierras y que vive en la caserna, detrás de aquellos pinos –dijo señalando a mis espaldas-. ¿Y usted quién es?.

- Soy el propietario de esta finca. Por favor disculpe mi intromisión. Vine anoche y como no la había visto antes... Bueno, la verdad, es que tampoco nunca me han hablado de su familia –dije yo mostrando un orgullo rebuscado entre mis sentimientos heridos y, haciendo uso de mi galantería, proseguí-. Si permite que me presente... Para servirla. Se encuentra muy lejos de la casa y es peligroso estar aquí sola para una mujer como usted. Además el sol ya empieza a quemar. ¿Me permite que la lleve hacia allá?.

- Lo agradecería mucho, pero nunca he subido a un caballo, les tengo respeto. Si es tan amable y me ayuda a subir... –Fueron las palabras escapadas de sus labios con la pletórica dulzura que mi corazón necesitaba oír-.

Desde encima del caballo, le extendí la mano para ayudarla a subir, y mis ojos, volvieron a buscar consuelo admirando la redondez de un busto con el que el creador culminó la perfección de toda su obra. Resultó difícil resistirse a aquella figura. Estaba por encima de cualquier problema.

Sujetando sus cosas bajo el brazo, sentí la suavidad de su mano ajustándose a la mía con la misma delicadeza de una madre acariciando a su hijo (me pareció estar sosteniendo una volátil pluma para evitar que el viento se la llevara hacia sus confines). Ya sobre el caballo, sus brazos se agarraron a mi cintura en un contacto tenue. Mi espalda temblaba ante el roce casi etéreo, a través de la camisa, de unos pezones vigorosos elevándose en la cima de unas mamas torneadas por un buen alfarero. El calor de su aliento rondaba por mi nuca, sobrecogida ante su hálito de vida. Gotas de un sudor frío, desembocaban escurriendo por mis costillas y me estremecieron la piel frente a tal cúmulo de sensaciones en tan inesperado momento.

***

- ¡Ah, veo que os habéis conocido! –dijo el tío de la beldad a la que yo acompañaba, saliendo de las caballerizas-.

- Sí, me la he encontrado sola por allá, dibujando los olivos y como no me dijisteis nada ni tampoco la vi anoche...

- ¡Ya!. Vino ayer por la mañana. Fue tan repentina su visita y como ella estaba dormida a aquellas horas, ni tampoco se presentó la ocasión... Ha venido a visitarnos unos días y sin avisar la... Bueno, dejadme el caballo.

Para bajar del animal, se sujetó de mi hombro y de la mano de su tío y consiguió tomar tierra con la exquisitez propia de una princesa.

- Quisiera que me enseñase a montar a caballo antes de que me marche, si dispone de tiempo y no le molesta –comentó la doncella con una voz dulce a la que era difícil resistirse-.

- Con mucho gusto; cuando lo desee, señorita –y ambos nos fuimos cada uno por su lado-.

Ya se percibía en el aire el estado de la comida que estaba preparando mi nodriza. Entre tanto, aproveché para darme un paseo por los alrededores de la casa, que visiblemente comenzaba a notar mi ausencia y mostraba su edad con grietas, falta de colorido, deterioro por el tiempo, los pájaros o la hojarasca y la avanzada edad de quienes estaban a su cargo.

La capilla reunía únicamente telarañas, polvo e insectos muertos en aquel suelo sagrado donde se celebraron las ceremonias del adiós de mis padres, muertos ya entre el recuerdo de la infancia. Lugar que me llevó a ir al cementerio familiar en el que descansaban sus restos.

Árboles secos, otros para podar y estatuas de mármol entre flores marchitas, me traían al recuerdo la decadencia del esplendor pasado de mi familia; suplicaban mi ayuda para prolongar nuestro caduco linaje, del que yo era el último de una noble casta pura. Arrodillado ante el sepulcro de mi padre, exprimiendo unas lágrimas para darle un hálito de vida, le pedí ayuda, y al levantar la vista, otra vez aquel misterioso encanto de la naturaleza, bosquejaba las tumbas sobre un nuevo lienzo. Tal vez era un espía o estaba recogiendo toda mi vida y mis recuerdos para llevárselos y quitarme lo poco que tenía.

Esta vez fue ella quien se acercó a mí, desconcertada por el lagrimeo de mis ojos, afanosa a ver qué me sucedía.

- ¿Qué te ha pasado?. ¿Por qué lloras?. –dijo tuteándome como ya conocidos de tiempo atrás-.

Todo avergonzado al ver mi hombría manchada de lágrimas ante una mujer, y sin poder emplear la excusa del mosquito en el ojo, le mencioné lo sucedido con mi esposa. Visiblemente afectada por cuanto le referí, intentó consolarme acogiendo mi mano entre las suyas.

- Si puedo hacer algo para ayudarte...

- Lo agradezco, pero estoy totalmente desconcertado y aún no sé cómo actuar en esta situación. Por favor, déjeme un momento a solas para pensar, no se ofenda.

- Te conviene descansar un poco de todo eso y verás como se soluciona. Ahora vayamos a comer, por cierto hace que me sienta vieja al hablarme de “usted” –dijo con una sonrisa para intentar elevarme un poco la moral mientras nos dirigíamos hacia la casa-.

Durante la comida referí lo sucedido entre mi esposa y yo, evento que les dejó realmente estupefactos, ya que siempre habíamos estado muy bien avenidos y la vida nos era próspera. Bajando la cabeza sobre el plato en señal de derrota, percibí como todos los ojos calaban en mí, especialmente los de ella. Tras alzar la mirada para dirigirla hacia la muchacha, esta tímidamente la quiso esquivar. Allí estaba de nuevo, con sus estudiados y perfectos movimientos. Centré mi atención esta vez sobre sus párpados mariposeando como las alas de una mariposa sobre la escudilla. Era algo inconcebible fijarme en ella después de cuanto había vivido con mi mujer, pero algo inexplicable brillaba en aquel rostro. Tal vez era la llamada de la infidelidad, una venganza.

No hay comentarios:

Publicar un comentario