sábado, 14 de julio de 2012

RECUERDOS DEL PASADO (primera parte)

Cuando las miradas hablan por el corazón, pero los ojos no oyen, sólo quedan las palabras; aunque no siempre nuestro carácter las deja fluir libremente por sus labios. Es entonces cuando se acumula ansiedad en nuestro ser reprimido, y tal vez, se acaba por querer alejarse de la persona amada, buscando escapar de la presencia que enloquece a un corazón frenado por la mente.

Hay días difíciles en los que la enfermedad llama a tu puerta y dos vidas vinculadas por mucho más que una mirada y distanciadas por la cobardía, no se sabe bien cómo, pero vuelven a coincidir en un hospital. Aunque no quieres que esa persona te vea en tal estado, una parte que estaba dormida en ti despierta; necesita el esperado encuentro. Tal vez, en el momento que el alma queda atrapada en el silencio, intenta excavar una salida en el ser que la encierra resquebrajando la salud para dominar a su mente carcelera.

El mayor error fue conocerla; el mejor reto, olvidarla y un gran sacrificio habría sido cortármela; pero una buena recompensa fue no haber muerto en el intento. Y después de haberme dado mil veces con una piedra en la cabeza para enterrar su recuerdo en mi mente, sigo con el cráneo abollado y ella aún se aparece en mis pesadillas.

Así era ella, hipnotizante como una anaconda antes de aplastar tus huesos para después devorarte. Y si conseguías escapar, su recuerdo quedaba imborrable.

 

Costumbres, formas de pensar, educación y entorno modelan nuestro carácter desde la infancia y nos condicionarán para el resto de nuestra vida. Depende de nosotros el desprenderse de tabúes y miedos o formas de pensar según una arraigada lógica ancestral y colectiva. Es en la infancia cuando más se adentran en la mente las situaciones o palabras que vivimos o escuchamos. Se empieza a cimentar la personalidad individual de cada uno según el ambiente que nos rodea, posiblemente junto a una genética heredada de nuestros progenitores, que son los primeros con quienes nos relacionaremos. El barro que éramos en un principio pasa a ser arcilla, salvo que parece dejada de la mano de Dios.

Siempre me ha resultado trabajoso comunicarme con la gente de mi entorno (para las ranas sin duda es más fácil, responden a sus instintos sin condicionantes morales), pero mucho más difícil ha sido expresar sentimientos; incluso a veces me he preguntado si los tendría o se iba ser capaz de comunicarme verdaderamente y de corazón con alguien, y quizá por ello, las experiencias vividas hasta el momento, me hayan creado confusión, además de traumas a la hora de encontrar un amor diferente al materno; el único del que no me cabe ninguna duda que existe.

Probablemente pueda encontrarse el origen en el seno de una familia en la que el padre también era incapaz de mostrar afecto, o no lo necesitaba. En este caso mi madre intentaba cultivar los buenos sentimientos y mi progenitor los aceptaba como quien ingiere un alimento por necesidad fisiológica; sin saborearlo. Nunca le vi expresar unas palabras con el corazón, y si alguna vez decía algo, era más bien por compromiso o por alegrar los oídos de quien compartía su vida; aunque siempre utilizaba un tono infantil o juguetón poco sincero, más bien parecía un juego. Él se excusaba con el pretexto de que sus padres nunca fueron capaces de darle afecto; tampoco se esforzó demasiado por pulir la estatua en que se estaba convirtiendo, ni en darles a sus hijos una brizna del amor que nunca tuvo; en ese aspecto estaba convencido de que las personas no cambian. Quizá fuese de aquellos que crecen en medio de ninguna parte, esperando que los pájaros se lleven lo poco que son y no intentan mejorar como personas, porque están sujetos por una raíz que les impide cambiar. Con el tiempo llega a ser duro admitirlo, y en ocasiones se convierte en penoso, sobre todo cuando no se le tiene confianza, más bien miedo.

 

En la escuela reprimen una conducta extrovertida hacia el descubrimiento de cuanto nos envuelve, limitando nuestras actividades o formas de pensar según un código moral influenciado por determinada cultura, y que con frecuencia no se sabe aplicar debidamente; sin duda es cuando más jarrones se rompen. Pero también allí se implanta el respeto hacia la vida y los demás.

Todavía recuerdo unas palabras en boca de una profesora: “Quien pega a una mujer es un cobarde”, aunque no puedo hacer memoria del motivo, pero arraigaron muy fuerte en mí y de algún modo hicieron que siempre les haya tenido gran respeto. Tal vez, al avanzar en edad las he idealizado con demasía, pero aún resuenan esas palabras en mi cabeza hasta el punto de convertirse en un respeto obsesivo.

En la actualidad el hombre aún las sigue viendo un tanto inferiores o como mero objeto de placer. Cuando son referidas en sus conversaciones, aún tienen poca consideración y mayoritariamente siempre se habla de un numero ilimitado de conquistas, sobre cuantas se han beneficiado o acerca del volumen de su busto; todo por tener una costilla fuera de lugar.

Dado mi carácter introvertido y mi dificultad para mostrar sentimientos (particularidad, según se decía, propia de mujeres y mariquitas) no dudaba en idealizar cualquier leve contacto con el sexo opuesto, imaginando escenas llenas de un romanticismo que, al parecer, ya no está de moda. También se puede decir que los tiempos han cambiado y las mujeres, según mi trato con ellas, poco se dejan llevar por la cortesía, y feminidad tienen poca (hablo de las adolescentes de mi edad); aunque en esta comunidad, caballeros también quedan pocos y los existentes, probablemente tengan más de setenta años. Son más atractivos aquellos que escupen testosterona o tienen dinero que quienes sólo poseen nobleza y respeto.

 

Si alguna vez sentía algo inexplicable por alguien (quien sabe si necesidad, amor o dependencia), tampoco lo expresaba para que la persona de quien era objeto mi pensamiento no se creyese una diosa o se pudiese jugar con mis sentimientos; aunque aún hay algo que no consigo explicar y que me llevaba hacia el abismo del silencio, que sin duda tiene mayor peso que los argumentos anteriores. Tal vez sea cuestión de carácter; y yo precisamente no me distingo por mi capacidad para conversar. Con el papel todo es más fácil, aunque si le envías una carta a alguna chica, siempre piensa más en un posible noviazgo que en una forma de decir: “Estoy solo en el mundo y necesito ayuda”.

Hay que ver cuantas veces me he arrepentido de no decirle a alguien cuanto me gusta, pero cuesta cambiar. Aunque a la hora de llamar cretino a alguien que me haya hecho una mala pasada, raramente he tenido dificultades, salvo perder algún saludo y aumentar los nombres que engrosaran una pequeña lista de marcas de papel higiénico.

Después de todo también tuve mis pequeñas relaciones (no sé si decir sentimentales) con alguna chica, que en absoluto me ayudaron a superar mis miedos. Puedo decir que ojos azules tenía una; los de otra eran color avellana, aunque los de la primera parecían de miel y fue la que mejor sabor me ha dejado. El primer beso, empezó como un juego entre niños, en el que nosotros fuimos los reyes elegidos para gobernar las raíces de nuestras infancias. Beso del que no puedo asegurar si despertó en mí sentimientos de ternura, pero aún conservo su rubor cada vez que la miro y veo como los años se han recreado aumentando la belleza del ser que quise o me quiso a mí; como el paso del tiempo ha mejorado sus contornos, la suavidad de sus gestos. Todavía nos sonreímos dentro de nuestra propia complicidad cada vez que nos saludamos, quizá, en recuerdo de cuanto sucedió entre nosotros durante aquella infancia.

Con sus cabellos lisos cayendo como una cortina y aquel rostro redondeado por una infancia que no parece tan lejana, a veces encuentro su mirada con la mía por la calle y ella la desvía en señal de timidez, pero esbozando una sonrisa que evoca el pasado, aunque ahora ya “pertenece” a otro. Sigue desfilando ante mis ojos mientras se aleja con algún recuerdo, segura de que la sigo con la mirada, o simplemente he pasado demasiado rápido. De todas, es de la que  mejores recuerdos tengo, quizá por haber sido la primera experiencia.

Sus padres acabaron con nuestros posibles lazos afectivos, aunque también cabe la probabilidad de que sólo se debiese de un juego infantil. Quien sabe si aquello era amor. Sé que tan temprana relación no fue aceptada por su progenitor, que limitaba demasiado a los hijos, y no estaba dispuesto a permitirlo con alguien con un futuro un tanto confuso, según las perspectivas que siempre se tienen para los hijos. Cabía esperar dentro de la lógica que con el tiempo se rebelasen a aquella tiranía y hayan acabado con los prejuicios a la hora de vestir y actuar dentro de la sociedad. Sin duda no poseen el gusto por lo tradicional con que los quiso templar su padre.

En aquella ocasión, fue ella quien tomó la iniciativa y tal vez por ello ahora también espere que otra adopte la misma actitud; quizá sea cobardía o la posibilidad de quedar como un tonto o ser rechazado; después de todo esa es la inseguridad masculina, ¿No?. Al parecer todos seguimos patrones ya establecidos.

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