sábado, 21 de julio de 2012

RECUERDOS DEL PASADO (segunda parte)

Después se descubre el sexo y se pierde aquella inocencia a la que ya no hay vuelta atrás. Además de ser un práctico “desagüe” direccional descubrimos las nuevas utilidades inimaginables de aquella extraña costilla fibrosa. En un principio dentro de tu nuevo horizonte se desatiende el interés por las chicas, pero con el tiempo nace la posibilidad de contrastar las diferencias. Hay algo inexplicable que surge en tus entrañas y que te conduce hacia el sexo contrario irremisiblemente. Ahora parece que tienen otro aspecto o sólo cambia nuestra forma de verlas, pero su comportamiento, en ciertas ocasiones presenta un aire incompatible con el nuestro. De todas formas, dicen que no es posible imaginar la vida sin ellas.

 

Extrovertida, simpática y capaz de distraer hasta las piedras era la chica que con mayor profundidad se adentró en mi ser, aquella con quien más se podía relacionar mi carácter introvertido. Desgraciadamente se agarró a mi alma como una sanguijuela. Era muy diferente de cuantas pude haber conocido en el instituto; además, mi temprana seriedad en los estudios, que no sirvió más que para distanciarme de la diversión o conocer a mis compañeros, no permitió que me relacionase con alguna otra de las muchachas que suscitaron mi interés en la profesión de estudiante.

Con el transcurso de los días, su imagen, estar junto a ella, desarrolló en mi unas metástasis que incluso derivaron en la dependencia de su compañía. Vicios hay muchos y hay quien prefiere el tabaco; después de lo vivido me resulta comprensible. Hubo muchos chicos magnetizados por sus dotes, pero yo les ganaba en proximidad; éramos vecinos. Si hubiésemos leído antes el cartel de “Ojo, No tocar. Recién Pintado”, que pendía de su espalda, muchos se habrían alejado  de su orilla, una vez conscientes de que, a pesar de su carácter sociable, en absoluto era una chica fácil.

Pasaban las horas lentamente esperando una aparición que nos arrastraría a un sinfín de actividades o locuras de adolescentes, y cuando ella llegaba las nubes desaparecían.

Después se escapa un comentario y luego otro, una indirecta que te roza; entonces crees que ya significas algo para ella, pero por el momento todo se quedaba en eso, como si ambos no fuésemos capaces de expresar nuestros sentimientos con claridad y sólo damos pistas que van confirmando nuestra relación; aunque necesitamos mayores evidencias antes de dejarnos llevar por aquello que va surgiendo entre nosotros. Es como la mosca que no para de molestar y sigue jugando contigo segura de la supremacía de sus movimientos; no se da cuenta de su pesadez hasta que no te ve ya en plena acción con el matamoscas en mano.

Pero bueno, quizá la seriedad haga buenas migas con la extroversión o simplemente son conceptos que se complementan y no son nada el uno sin el otro. Y aquel parecía nuestro caso; no obstante, la búsqueda de la media naranja se basaba en encontrar un espejo en el que poder verse reflejado, pero aún no tenía formado dicho concepto.

 

Las miradas... comunican tanto, incluso a veces más que las palabras y nunca engañan, aunque no todos saben leer su lenguaje. Cuando no nos atrevemos a expresarnos directamente con palabras, podemos recurrir a una mirada que diga cuánto significa para ti la persona a quien la dirigimos, pero a veces por timidez la desviamos antes de percibir su clara respuesta.

En aquellos ojos encontré el océano en medio del desierto; un azul claro, en ocasiones oscuro. Reunidos entorno a una mesa de cumpleaños, o simplemente una cena en casa de uno de nosotros, lancé unas miradas directas a sus dos mares de vida, como hace un pescador lleno de esperanza con sus redes. Ella me devolvía aquel gesto a veces, pero al parecer alimentada por la intriga de quien desconoce su significado. Aunque después pude percibir cierto interés suyo al comprar un libro en el que buscaba, precisamente, aclararse tal punto; se trataba acerca de la supuesta mirada del otro, no obstante el argumento puede que no aclarase su turbación.

Contemplé su forma de vestir y me vi reflejado en ella; era como mirarme en un espejo en el que sólo podía admirar mi propia belleza y gustos. Recuerdo una cena que compartimos, en la que se puso un jersey rojo, cuando ella odiaba aquel color, pero era uno de mis favoritos; tal vez era su forma de decirme algo.

 

Un lejano día, bajo la luz tenue de una farola que escapaba de un crepúsculo invernal, mientras los osos hibernaban, su mirada me resultó profunda, distante, pero todo se volvió a iluminar con aquella sonrisa suya, a veces tan dañina. Hacía ya más de dos años que apenas nos veíamos o intercambiábamos alguna palabra, incluso en ocasiones ni nos permitimos saludarnos; aunque aún había algo en ella, que tanto como en mí, continuaba atrayéndonos y el no admitirlo ni expresarlo nos separó.

Allí, en aquel patio iluminado escasamente por la farola, le vi dirigir su mirada y su sonrisa a otro. Me sentía libre de su cerco, pero la echaba de menos. Percibí una imagen mía en aquel ser. ¡Qué poca personalidad propia tenía!. Todo lo adoptaba de quienes la envolvían en su mundo de rosas, porque ella siempre iba a ser el eje sobre el que girase la tierra. Posiblemente, imitaba la forma de vestir de todo aquel que le causase asombro; su peinado, el modo de atarse los zapatos, su bebida favorita, para asegurarse la atracción de quienes comparten algo en común. Quizá era cuanto ella buscaba en los demás; tal vez creía que siendo el reflejo de alguien, éste sentiría más afinidad con ella. La mirabas y era tu misma imagen proyectada. Cuando me marché de su compañía, cambió su aspecto, era el espejo de otro.

Siempre andaba buscando algo en común, cuando nosotros sólo coincidíamos en ser huérfanos de padre; el mío, porque tras el divorcio ascendió al mundo de lo invisible, y el suyo porque tuvo la desgracia de sepultar a su esposa en el baúl de las viudas.

 

Parece que todos busquen en el otro aspectos en que ambos coincidan; es como si sólo se admitiesen a sí mismos y para ello la pareja debe compartir sus propios gustos. Aunque para mí ambos deben complementarse y aceptar cada uno al otro con sus determinados estilos, hábitos y defectos; posiblemente este pensamiento sea más difícil de llevar a término en la vida real. La posibilidad de convivencia puede parecer más remota, pero según unas ignotas estadísticas sobre las relaciones de pareja, que leí no sé dónde, los matrimonios cuyos miembros difieren más el uno del otro son los que más suelen durar. No sé que grado de credibilidad tendrían o de qué época databan, ni si era una revista de ciencia ficción. De todos modos, yo viví algunas excepciones en directo.

Aquel carácter, sumamente extrovertido, podía alimentar la sed de júbilo de mi formal personalidad. Incluso se adentró sigilosamente en nuestro hogar, para una vez ganada su confianza dentro de la familia, asegurarse plena libertad para disponer de nosotros, tras haber conquistado el aprecio materno al que tan ligados estábamos aún.

Posiblemente, su estima propia se basase en la facultad de dominar a los demás o no podía contener la necesidad de dirigir la vida de otros. Todo depende de quien lleve el timón; si no podemos gobernar nuestro navío, podemos intentarlo con otro y así aprenderemos a dirigir una vida para después no estrellar la propia. Quien sabe si lo hacía por temor a perder a quienes de algún modo amaba. Lo cierto es que todos quedaban hechizados con su naturaleza y comportamiento, de tal modo que decidían abandonar su libertad para girar entorno a ella.

Por suerte un día salí de aquel cerco de conflictos, aunque ahora, en mi vida sólo pesa la soledad, y lo peor de todo es que me estoy acostumbrado a vivir en ella. Quizá cuando se llega a una determinada edad, y uno no se ha desarrollado correctamente en las relaciones interpersonales, aumenta la posibilidad de quedar soltero.

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