sábado, 1 de septiembre de 2012

A la Luz del Crimen (tercera parte)

Alguien llamó a la puerta aporreándola con violencia, golpes que modificaron bruscamente mi sosegada posición horizontal, para llevarme a quedar agazapada bajo la cama, permaneciendo alerta sobre cómo se desarrollaba la nueva y latente situación. La voz del comisario me hizo salir del cubil y tratar de sonsacarle toda su información con detalle.

- Lo siento mucho, pero del dedo no hemos hallado ni rastro. Tampoco hemos encontrado huella alguna. En cuanto al cerrajero, lo han interrogado y admitió fisgonear en el cajón de su ropa interior. Lamento decirle que de no encontrar pruebas este asunto, no va a durar demasiado. Hacemos lo que podemos.

- ¡No puede ser, estaba allí, en mi nevera!. ¡Esta situación va a acabar conmigo!. Sea lo que sea cuanto se propone el asesino, lo va a conseguir.

- Bueno no tengo más que decir, debo marcharme. Mi mujer me espera para cenar. ¡Ah!, lo había olvidado. Les he traído algo para comer.

La monotonía que iba consumiendo el resto de la jornada, se hizo un tanto más llevadera con la cena, que aún no habíamos acabado de degustar, cuando nuevamente volvieron a llamar a la puerta, esta vez con menos violencia.

- Espera a alguien- interrogó el agente que me custodiaba desenfundando su arma y, encaminándose hacia la puerta, tuvo el tiempo justo para indicarme la salida por la escalera de incendios, antes de caer tendido en el suelo con un disparo que atravesó la puerta en el momento en que se disponía a abrirla. Mientras aquel desalmado forcejeaba la puerta, pude escapar y subirme a la azotea para vigilar mejor sus movimientos, pero ni siquiera se dignó a perseguirme, tal vez únicamente buscaba saciar su venganza por alguna reyerta anterior con el agente. Pocos minutos después, una sombra corría por la calle cloqueando como una gallinácea paranoica.

Una vez más, estaba perdida en medio de la noche. Busqué en mi interior el instinto animal de la supervivencia y me atreví a regresar al apartamento. Ver rostros de muerte se había convertido en una cosa habitual en los últimos días: allí estaba el funcionario, nadando en un charco de sangre oscura como el entresijo de la trama. Sin pensarlo dos veces, mis ojos atraparon con su mirada el objeto metálico que empuñaba su mano rígida por la tensión de los músculos en el momento de su muerte, y que aún mantenía la calidez de una vida recientemente extinta. Tomé de su cartera algo con que poder sobrevivir en el medio urbano y emprendí una nueva huida.

Las calles obturadas de neones y fluorescentes emprendían una feroz escaramuza con la noche, que una vez más les iba a vencer, repitiéndose noche tras noche el mismo resultado. Con un arma en el bolso y algunos billetes obtenidos en insólitas y poco aceptables circunstancias, me aventuré en una huronera oscura con luces parpadeantes en la que pasar inadvertida entre el bullicio de la gente o hacer llevaderas las horas de sueño. Quizá sentir cierta seguridad, rodeada de gentes que, sin preocuparse por el nuevo día, consumían las últimas horas dejando atrás los quehaceres, rutinas o tensiones laborales.

Muerta mi amiga, muerto quien me ofreció protección y sin nadie a quien recurrir, dejé sucederse las horas esperando el olvido. Quise pensar en alguna solución por descabellada que fuese, pero  mi mente no era capaz. Inesperadamente, alguien que estaba sedando sus tensiones en el alcohol desde hacía rato, con toda probabilidad antes que yo, se deslizó hacia mí y...

- ¡Hola!. ¿Me recuerdas?. Te he visto hace rato al entrar, así que he decidido acercarme a saludarte.

Allí postraba ante mí un muerto viviente, un rostro conocido que activado con el asombro que reverberaba de mis ojos, sacó un arma de su bolsillo, me obligó a enmudecer y  salir del local con disimulo.

- Es toda una casualidad que la víctima acuda a visitar a su perseguidor. ¿Verdad?.

- ¡Lo siento!. Debe haber un error. ¡Perdone pero no le he visto antes! –repuse yo víctima del pánico.

- Seguro, seguro –y, dándome un bandazo mientras me sujetaba por una extremidad, hizo que me fijase en su rostro con mayor detalle.

- No es posible me dijeron que estabas muerto.

- Admito que me resultó difícil de llevar mi separación con una atractiva mujer, pero nunca estuve dispuesto a que me dejase en la nada. Ella tenía una suculenta e irresistible fortuna que no sabía disfrutar, así que he decidido cobrarme lo que me correspondía, y no estoy dispuesto a que se descubra nada de esto. He invertido mucho dinero reconstruyendo mi nueva identidad. Ahora soy un hombre rico. Bueno acabemos de una vez con todo esto. Es una lástima destruir tanta belleza. Quizá todavía puedas alegrarme la noche.

En el callejón, un arma encañonaba mi sien y yo permanecía cristalizada de pánico, a espaldas de quien era capaz de decidir el destino que me aguardaba y arrancarme de un plumazo de la superficie de la tierra; hacerme besar el suelo tras recibir un impacto de bala que pondría fin a mis desdichas.

- Acaba ya con esta pesadilla. Debes ser muy valiente amenazándome por la espalda con una pistola. Seguro que la tienes morcillera, mirando cabizbaja dos garbanzos inservibles y con la rigidez del arma, eres capaz de proporcionarme placer.

Desconcertado ya, un tanto nervioso ante mi valentía, me propinó un empujón. Entre tantos movimientos bruscos, pude sacar el arma del bolso para descargarla violentamente sobre su cuerpo. Allí volvía a quedar otro cuerpo más, atravesado por el producto de la ira acrecentada en mis entrañas durante los últimos días y, mientras por su boca expiraba su último aliento, sonaron aquellas palabras de despedida entre una leve carcajada.

- He borrado cualquier pista y después de cuanto ha sucedido, ¿quién te va a creer?.

Escupiendo borbotones de sangre se marchó a rendir cuentas ante el juez supremo.

Las autoridades no tardaron más de diez minutos en acudir al lugar de la reciente disputa. Junto al cadáver de quien quiso extinguir la luz de mis ojos, estaba yo, sumida en el llanto, cargada de sospechas. Mi versión resultó difícil de creer.

Mañana me espera un tribunal que decidirá mi estado mental.

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