lunes, 31 de diciembre de 2012

LA CUEVA BLANCA (primera parte)


Una vez más, se adentró en el cuarto oscuro para revelar las fotos que había tomado. Aquella habitación era el único lugar seguro de la casa; allí su madre nunca se atrevería a entrar, además, siempre tenía la precaución de cerrarlo con llave y este era el único derecho reconocido dentro de su propia casa.
Cuando su padre ingresó en la cárcel, de esto hace ya siete años, aquella mujer desolada, según decía ella, se fue a vivir a casa de su hijo y poco a poco, como cuando era pequeño, empezó a ir controlando todos los aspectos de su vida. La relación familiar nunca fue buena y si un día el muchacho quiso irse a vivir solo, a pesar de que no sabía ni prepararse un bocadillo, era porque no soportaba tantas atenciones y disputas. Él había crecido; ya no era el niño de mamá, sin embargo, su madre se empeñaba en tratarlo como a un infante, aunque ello hubiese sido motivo de numerosas discusiones con su marido; de todos modos, si no discutían por esto, siempre tendrían miles de cosas por las que hacerlo. Vivir en aquella casa se le hizo tarea insoportable. Su padre alabó aquella decisión. Su hijo empezaba a ser un hombre.

“Ahora, todo irá mejor”, decía su madre. En la cárcel, su marido pagó por sus pecados y ella era una mujer nueva y libre. “Hasta que la muerte os separe”, pensaba. No sabía que la hizo enamorarse de él, pero tampoco quería recordarlo, sobretodo, porque a ella no le gustaba reconocer que contrajo matrimonio con un asesino. Lo cierto es que cuando se casaron poco sabía de aquel hombre, salvo que tenía dinero y era guapo. Por supuesto, que con la convivencia no tardó mucho en descubrir las actividades delictivas de su cónyuge, pero aferrándose a la fe que profesaba, creyó poder cambiar a aquella alma descarriada. Ni poniendo al hijo como excusa, pudo hacer nada para conducir a su marido por el camino del bien.
Después del juicio, ella se empeñó en reconstruir lo poco que quedaba de la familia. Su hijo la necesitaría, además, ella no era mujer que pudiese vivir sola. Era muy difícil encontrar trabajo a su edad, y por otra parte, ella no sabía hacer nada que no tuviese que ver con las tareas del hogar. Eso sí, conocía más de mil formas para dar lástima y todas aquellas argucias que poco funcionaron con su marido, siempre alcanzaban el efecto deseado con su hijo. Bueno, casi siempre. Ahora por fin estaban juntos de nuevo y sin que el marido se opusiese a ello; su vida cobraba ya el sentido que puede esperar toda madre. No se hablaban mucho, pero vivían bajo el mismo techo y a su pequeño no le faltaba nada. Había alguien que cuidaba de él.

El muchacho no tiene amigos con los que salir, además, tampoco se le da bien la gente. ¡Mi padre si que sabía!. Se acordaba muchas veces de él. Siempre que podía, iba a visitarle. Le jugaron una mala pasada y por eso acabó en la cárcel. “No te puedes fiar de nadie”. Lo echaba de menos. Muchas veces se había preguntado que debe sentirse al matar a un hombre. “¿Seré capaz de reunir el valor necesario?”. Pero él nunca ha tenido motivos para acabar con la vida de nadie; quizá sería capaz de cantarle los cuarenta a su jefe, pero ni de eso se atreve; más bien es alguien tranquilo, reservado, pero incapaz de hacer daño a ningún ser vivo.
Sus únicas aficiones son la fotografía y la espeleología. De la actividad relacionada con las cuevas, heredada de su padre, muchos saben de él que estuvo unos meses viviendo bajo tierra para alcanzar un récord de permanencia. Salió en algún periódico de la región. Pero era allí dentro donde él se sentía a salvo de un mundo hostil; era como un refugio hecho a su medida, aunque en los últimos años también le ayudaba experimentar la reclusión que podía sentir su padre. De pequeño, se lo llevaba a visitar muchas cuevas de difícil acceso para  cualquier mortal. Las conocía todas en un radio de cien kilómetros.
Su madre no compartía aquella afición y nunca autorizó una actividad semejante para su pequeño, así que le decían que se iban de pesca, a ver una carrera de motos, a hacer unas fotos o cualquier excusa que se les ocurriese en el momento, por supuesto, “sólo para hombres”. Aquel era su secreto. “Así es como se forjan los hombres de verdad”, le decía su padre. En aquel mundo subterráneo se hizo hombre; afrontó la oscuridad y todos sus miedos. Ahora ya no iba tanto por aquellos lugares. Sólo una o dos veces a la larga; cuando sentía nostalgia o necesitaba tranquilidad para pensar.

Sin embargo, de la fotografía puede decirse que es su verdadera pasión, aunque poco sabe la gente de esta actividad. Se dedica a retratar personas desconocidas. Permanece largas horas encerrado en aquella habitación oscura de revelado, en la que ninguna otra persona ha entrado jamás. Lo raro es que en toda la casa no hay ninguna fotografía, ni tan siquiera de su padre. Tampoco trabaja de fotógrafo en ninguna revista, ni las presenta a concursos. Al contrario, se gana la vida en unos almacenes textiles soportando jornadas inclementes por un sueldo escaso. Muchas veces ha querido dejarlo, pero nunca ha tenido valor; además, ¿qué otra cosa podría hacer?. Tiene unas responsabilidades que le exigen un sueldo: el alquiler, la luz, la comida, el coche... Aunque a él le sobra el dinero, pero nadie lo sabe. Estudiar nunca se le dio bien y en realidad, pocas cosas sabe hacer bien. Quizá ser fotógrafo podría haber sido una buena alternativa, pero no le gusta compartir el fruto de esta afición con nadie. Pocos iban a entenderlo.
Como cada fin de semana, después de una agotadora jornada laboral, toma su cámara y sale de casa sin una idea concreta. Sólo hace fotos de gente. Una madre con el cochecito de su hijo; unos niños jugando a fútbol; una anciana paseando al perro; incluso tu o yo podríamos salir en una de sus fotos sin darnos cuenta. Sobre un pedazo de papel, quedan muchas miradas perdidas en el infinito.
Discute muchas veces con su madre por esta actividad y por el hecho de no dejarle ver sus obras o recluirse en la habitación oscura, pero en este punto, él si que es inflexible y muestra algo del carácter de su padre, como viene recriminándole su madre cada vez que no consigue nada de él. “Acabarás como tu padre”... Termina diciéndole siempre.
Sabe que su madre en más de una ocasión ha husmeado entre sus cosas, pero ella dice que necesitaba limpiar, porque él es muy desordenado.  Por suerte, el cuarto de revelado siempre está bien cerrado con llave y su madre sabe que si intentase entrar, se iría de la casa. Porque es su madre y le debe un respeto, que si no... ¡Se iba a enterar ella!. “Tendría que estar aquí mi padre. Él si que sabe tratar a las mujeres. Con sólo levantar la mano las ponía a todas derechas”. Está harto. Siempre lo mismo, pero bueno, ella prepara la comida y mantiene la casa decente. Al fin y al cabo, eso es todo lo que un hombre puede necesitar, además de una cama caliente en la que desquitarse de sus penas, claro. Pero a él no le van esas guarradas.
Muchas veces ha fantaseado con alguna chica de las revistas que esconde, pero lo que a él le fascina de verdad, es el rostro de las personas, más que su cuerpo. Por eso hace las fotos. Observa los ojos detenidamente; el perfil de los labios; el color de la piel; la nariz, el pelo...
Aunque lo que podría preocuparnos es que ya no disfruta de su sexualidad como antes. Le aburre. El cuerpo le pide experiencias nuevas en esta materia; Ha pensado en ir a una de esas casas de alterne, pero no sabría ni como empezar y a su edad, todos se iban a burlar de él. Cuanto desearía que su padre estuviese a su lado para ayudarle en esto; con él si que podía hablar, aunque ahora ya no lo hace. Ya no quiere verle. “No recibe visitas”. Seguro que esperaba algo mejor de su hijo y no la clase de patán en que va camino de convertirse. Ahora va con el pelo bien peinado y lleno de gomina; huele a colonia de bebé; lleva los pantalones siempre perfectamente planchados; y vuelve a utilizar esas gafas horteras que eligió su madre, aunque muchas veces se las quita. “Pareces una niña”, le dice su padre cada día.

Su padre presumía de ser un hombre de verdad, de esos que toda mujer desea, alguien capaz de protegerlas. Con él nadie jugaba y si alguien se atrevía... También alardeaba de haber matado a mucha gente, pero era el mejor en su trabajo. Su único error fue confiar demasiado en algunas personas. Le traicionaron por un cargamento demasiado valioso como para compartirlo.
“A veces es necesario tomar la justicia por nuestra cuenta, solía decir él, porque hay personas que no pueden quedar indemnes y necesitan algo más que un castigo y que también sirva de referencia para que los demás se tomen las cosas en serio” le decía su padre.

Debería darle una de esas lecciones magistrales a su jefe. Es un tirano con todos los trabajadores, pero todos callan, sino, se van a la calle y muchos tienen familia. Lo cierto es que parece un dictador de los de antes, capaz de partirte con la mirada, o reventar los oídos de cualquiera con su voz, por no decir que alguna vez a golpeado a dos o tres trabajadores, que por supuesto, dejaron de trabajar para él.
Podría hacerlo. Su padre se sentiría orgulloso: “Nadie se atreve a pisotear a mi hijo”, pero el personaje en cuestión pesará más de cien kilos y le saca dos palmos de altura. Cualquier día le reventará las narices aunque se quede sin trabajo. Alguna vez lo ha pensado, pero todo se queda en una idea maliciosa ante cualquier forma de tiranía. ¡Quién no lo ha pensado alguna vez!. Lo malo es que las consecuencias...
De atreverse a matar a alguien, tendría que cuidar sus movimientos, escoger a la víctima perfecta. Seguirla como un león cuando acecha a su presa antes de lanzar su ataque mortal, esperar el momento oportuno... “pero mi padre dice que no seré capaz; que nunca sé hacer nada bien; que nunca seré un hombre como él”. Él adoraba a su padre, aunque a veces sus palabras le hacían mucho daño. Ignoraba que esas palabras eran la forma en que su padre perseguía retarle.

--   Daniel Balaguer  http://www.danielbalaguer.es  https://sites.google.com/site/danielbalaguer

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