domingo, 29 de julio de 2012

RECUERDOS DEL PASADO (tercera parte)

Abandonados los juegos de pelota, ella empezó a presentarnos chicas incluidas desde entonces en el grupo (en un principio formado por tres mozos pululando alrededor de una sola chica), para que así nuestras relaciones no saliesen de aquel entorno concebido por su mente. Nuestra mejor amiga o posible pareja quedaba siempre dentro del universo por todos conocido. Tal vez así nada escapase a su absoluto control.

El problema surgió pues, cuando en el grupo empezaron a aparecer nuevas chicas; ya que antes sólo estaba formado por tres chicos atraídos por su carácter. Había entrado demasiado dentro de ellos y no tenían ojos para las demás. De algún modo, así ella se sentía el centro, pero poco a poco, intentó emparejar a sus posibles pretendientes (que posiblemente para ella sólo servían para financiar sus intereses) con otras de sus nuevas amigas, también atraídas por el enjambre de vida que manaba de aquel inusual clan. Aunque el verdadero volcán estalló cuando quiso dispersar una semilla de amor, que quien sabe si la encontró en un arrinconado cajón de su abuela, pero la semilla salió con gusano. La chica en cuestión, sin más pasó al destierro y nunca nadie del grupo la volvió a saludar. Y para mi desconsolado hermano, iniciado por primera vez en los desengaños con que nos golpea la vida tras el primer amor, idealizado y roto por nadie sabe bien qué, sólo quedaba la trabajosa labor de ofrecerle otra pretendiente, porque él tampoco era capaz de buscarla por sí mismo. Así es preciso que aquella amiga poco corriente gozase de su confianza y afecto. Lo malo es que nunca se dio cuenta por más que se lo advirtieron.

 

La rivalidad aparece con el sigilo de una serpiente; entonces se critica a la competencia y se intenta vender lo mejor de uno mismo. A veces se lleva a cabo una guerra por ganarse la consideración de alguien; pero en las guerras nadie gana nunca nada por más que quieran vender lo contrario. La gente empezó a crear subgrupos y cuchichear. Todo, una vez más, por obra y gracia del hombre, estaba siendo prostituido. La infancia y sus balones se iban alejando.

 

Claro está que las relaciones afectivas siempre escapan a todo control, y en ellas, dos siempre son pareja, tres son multitud. Allí cualquiera que no sean los propios interesados, queda al margen. Una vez presentados, el resto ya es asunto entre flor y abeja. Ella parecía no saberlo y en todo quiso involucrarse hasta el fondo, como una alcahueta distraída, con gran interés por conocer más detalles de los que vienen en los libros sobre las relaciones en la sombra de pareja.

Pronto empezó a perder el control cuando alguno de sus amigos no respondía como ella esperaba frente a su viejo y repugnante filtro de amor; nunca salieron mariposas. Todo se derivaba de su desconocimiento de la personalidad de cada uno; sus nociones siempre se quedaron en la pintura de la fachada. Guió las miradas de una triste y delicada doncella hacia mí, pero yo no tenía ojos para tan femenina y tímida chiquilla, llena de buenos sentimientos y sensibilidad, como después bien pude descubrir por mí mismo. Me atraía más el temple viril de una muchacha engastada en pantalones vaqueros y con un gran halo de jovialidad.

 

Es un proceso trabajoso librarse de la esclavitud de las miradas y fijar la vista sobre otras personas, sobretodo cuando estás calado hasta la médula por alguien que te ofrece todo lo que cualquier adolescente, un tanto retraído, pueda necesitar en aquel momento.

Con el tiempo empecé a percibir una realidad deformada a su antojo. Normalmente solemos creer en la palabra de alguien, aunque a veces esa palabrería sólo se emite para ser el centro de atención cuando uno cree no ser nadie o necesita sentirse importante dentro de su grupo. Lo más preocupante habría sido que ella acabase creyéndose cuanto decía, y probablemente, tras empezar a seguir el rastro de sus palabras, estaba empezando a quedar desterrado de su compañía, porque descubrí un filón con tantas mentiras como pelos tiene un gato.

Finalmente, emancipado de aquella presencia dominante, consciente de que yo también podía despertar a mi bestia oculta con carácter jovial, alcé la mirada levemente para divisar otros astros y esta chocó con la proximidad de unos ojos color avellana y unos gestos más refinados. Caí en la cuenta de que el verdadero atractivo femenino reside en una discreta timidez que envuelve al ser en un bello halo de fascinación y encanto. No todo en la vida es cava; a veces vale más un buen vino menos agitado por el gas, que tarde o temprano se desvanece en este mundo y la efervescencia de la bebida se amansa.

Decidí emprender una nueva iniciativa propia, esta vez sobre algo más seguro y sin alcahueta alguna de por medio. Como pequeño observador de la realidad que me envolvía, atendiendo a la confianza y los gestos que ofreció esta nueva amistad, me lancé buscando fraguar los sentimientos que creí haber descubierto. Unas flores, una carta... Por primera y última vez alumbré iniciativa. Hasta que me salí en medio de una gran tormenta tropical, porque ahora que yo me había excluido de aquel grupo, la misma que dejó que mis manos recorriesen su cuerpo; aquella que puso su cabeza en mi regazo bajo la luz de la luna bañando un parque; o quién admitió que yo le gustaba; ella, sobre la que puse mis ojos a buen recaudo, estaba ya conducida hacia el punto de mira de mi hermano. Todo fue maquinado en la hormigonera que la trotaconventos tenía por mente. Así que finalmente nada pudo fraguar y encima perdí el contacto que siempre tuve con mi hermano.

 

Ahora pienso que todos estuvimos buscando pareja como toros en celo dentro de un mismo recinto, apenas visitado por tres vacas. Me encontré como una estatua en medio de palomas, como un periódico en jaula de pájaros.

Resultó largo y trabajoso escapar de aquella caja llena de serrín para gatos, y mucho más librarme de las secuelas del olor a orines que aún quedan por algún rincón de mi alma; incluso a veces me llega una ráfaga de aquel pasado cuando me cruzo con ella por una calle de mis sueños.

Creo que actuábamos como burros que atienden al soborno de la zanahoria. Aceptábamos cualquier cosa que nos presentase con tal de permanecer a su lado y quien sabe si algún día tener derecho a roce o adquirir la condición de media naranja. ¡Éramos jóvenes! Y no sabíamos bien lo que necesitábamos.

Fueron muchos los que describieron órbitas diferentes alrededor del mismo sol, sin ver otras estrellas en el firmamento; nos hechizó. No importaba el sexo ni la edad, ella era el centro de nuestras vidas. Libremente escogimos ser esclavos de sus fantasías, disponer de todo cuanto demandaba en propio beneficio: estar a su lado, ser sus amigos porque ella nos daba la iniciativa que no teníamos. Pero estuvo jugando con nosotros. Muchos tardaron en descubrirlo y arruinó alguna etapa de su existir, otros se dieron cuenta, como yo, y nos fuimos.

Pero la vida da vueltas y sin imaginarlo llegaría un poco más lejos. Me aventuré en los glaciares que nunca nadie se atrevió a pisar, porque detrás de tanta jovialidad se encontraba una mujer fría como el hielo de mi nevera. Después de darle la espalda con una lupa, para que viese que la suya era más pequeña comparada con la mía, aún tuvimos un reencuentro. Era como si una fuerza magnética actuase entre nosotros y contra nuestra voluntad; nos distanciábamos un poco pero finalmente podía más que nosotros y volvíamos a estar como un cangrejo ermitaño y su caparazón.

La llamé muchas veces y nunca salió; sólo estaba cuando a ella le apetecía, satisfecha por haber alcanzado gran profundidad en tu corazón; ahora podía disponer de ti a su antojo. Cuando me di cuenta de que ocupaba todos mis días y pensamientos, intente alejarme un poco para ver si acudía en mi busca, pero nunca fue así. Tarde o temprano regresabas al grupo y una nueva presencia te sorprendía. Ella iba mostrando desinterés por ti; eludía tu mirada; era capaz de mantener diálogos confidentes con otro ante tus propias narices, y exhibía aquellos dientes tallados dentro de su sonrisa perfecta, en una oreja que no era la tuya, siempre mirándote de reojo, consciente de que te estabas fijando en ella.

Intentas olvidarla. Con el tiempo, crees que ya no mora en tus pensamientos; no recuerdas algún rasgo, pero no es así. Un día se muestra en tus sueños, te la cruzas en la calle y ni te saluda, o si vas acompañado de alguien que conoce, se digna a acercarse para saludar a tu amigo y no te ve. No existes, finge haberse olvidado de ti, aunque sabes que no es cierto, que de algún modo, también entraste en su vida y no aceptó tu libertad. Luego compartes con otro una experiencia semejante con la misma persona. También fue sustituido. Un día decidió ampliar su horizonte; andar en busca de las fantasías que nos presentaba; llenar su vida del mundo exterior. Ambos pudimos ver cómo sus mentiras sudaban por nuestra frente.

Siempre dio una imagen contraria a su realidad. Si atendíamos a sus caprichos, reinaba la armonía en el grupo y ella nos aseguraba la diversión. Pero cuando alumbrábamos cualquier muestra de iniciativa propia, el cielo se oscurecía y el silencio reinaba; todo acompañado de un claro distanciamiento entre ella que se contagiaba al resto del grupo. Finalmente siempre acabábamos cediendo para que no imperase la discordia, aunque a veces el mal sabor podía perdurar  varios días, incluso lustros.

Mientras ella era el centro del universo, vivíamos en un mundo mágico que evocaba nuestra faceta más inocente, pero sólo algunos quisieron crecer y mirar más allá del cielo conocido; una vez allí, pudimos ver la verdadera imagen que nos cegaba con sus destellos de vida, aunque sin más, quedamos desterrados tras probar aquel fruto prohibido.

Al mirar por el telescopio, libre del hechizo las cosas se ven de modo diferente. Ella podía desempeñar el papel de mejor amigo y confidente, asegurándonos una y otra vez que estaba de parte de nosotros o estar cuidando nuestros intereses para acabar robándonos hasta el alma, pero la realidad era bien distinta. Como la mayoría de las personas que rodearon mi vida, era de las que te besaba las manos y cuando permanecías ausente te acuchillaba la espalda.

Del mismo modo, jugó a ser el ciego ángel del amor; lanzaba sus flechas más allá del corazón humano, sin tener en cuenta los sentimientos o si existía cierta atracción entre quienes recibieron sus descargas. Y claro está, en las relaciones de pareja los intermediarios encubren los verdaderos sentimientos, pues quedan deslumbrados por su propia capacidad de ayudar al prójimo a encontrar el amor y siempre lo pintan todo de bonito.
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sábado, 21 de julio de 2012

RECUERDOS DEL PASADO (segunda parte)

Después se descubre el sexo y se pierde aquella inocencia a la que ya no hay vuelta atrás. Además de ser un práctico “desagüe” direccional descubrimos las nuevas utilidades inimaginables de aquella extraña costilla fibrosa. En un principio dentro de tu nuevo horizonte se desatiende el interés por las chicas, pero con el tiempo nace la posibilidad de contrastar las diferencias. Hay algo inexplicable que surge en tus entrañas y que te conduce hacia el sexo contrario irremisiblemente. Ahora parece que tienen otro aspecto o sólo cambia nuestra forma de verlas, pero su comportamiento, en ciertas ocasiones presenta un aire incompatible con el nuestro. De todas formas, dicen que no es posible imaginar la vida sin ellas.

 

Extrovertida, simpática y capaz de distraer hasta las piedras era la chica que con mayor profundidad se adentró en mi ser, aquella con quien más se podía relacionar mi carácter introvertido. Desgraciadamente se agarró a mi alma como una sanguijuela. Era muy diferente de cuantas pude haber conocido en el instituto; además, mi temprana seriedad en los estudios, que no sirvió más que para distanciarme de la diversión o conocer a mis compañeros, no permitió que me relacionase con alguna otra de las muchachas que suscitaron mi interés en la profesión de estudiante.

Con el transcurso de los días, su imagen, estar junto a ella, desarrolló en mi unas metástasis que incluso derivaron en la dependencia de su compañía. Vicios hay muchos y hay quien prefiere el tabaco; después de lo vivido me resulta comprensible. Hubo muchos chicos magnetizados por sus dotes, pero yo les ganaba en proximidad; éramos vecinos. Si hubiésemos leído antes el cartel de “Ojo, No tocar. Recién Pintado”, que pendía de su espalda, muchos se habrían alejado  de su orilla, una vez conscientes de que, a pesar de su carácter sociable, en absoluto era una chica fácil.

Pasaban las horas lentamente esperando una aparición que nos arrastraría a un sinfín de actividades o locuras de adolescentes, y cuando ella llegaba las nubes desaparecían.

Después se escapa un comentario y luego otro, una indirecta que te roza; entonces crees que ya significas algo para ella, pero por el momento todo se quedaba en eso, como si ambos no fuésemos capaces de expresar nuestros sentimientos con claridad y sólo damos pistas que van confirmando nuestra relación; aunque necesitamos mayores evidencias antes de dejarnos llevar por aquello que va surgiendo entre nosotros. Es como la mosca que no para de molestar y sigue jugando contigo segura de la supremacía de sus movimientos; no se da cuenta de su pesadez hasta que no te ve ya en plena acción con el matamoscas en mano.

Pero bueno, quizá la seriedad haga buenas migas con la extroversión o simplemente son conceptos que se complementan y no son nada el uno sin el otro. Y aquel parecía nuestro caso; no obstante, la búsqueda de la media naranja se basaba en encontrar un espejo en el que poder verse reflejado, pero aún no tenía formado dicho concepto.

 

Las miradas... comunican tanto, incluso a veces más que las palabras y nunca engañan, aunque no todos saben leer su lenguaje. Cuando no nos atrevemos a expresarnos directamente con palabras, podemos recurrir a una mirada que diga cuánto significa para ti la persona a quien la dirigimos, pero a veces por timidez la desviamos antes de percibir su clara respuesta.

En aquellos ojos encontré el océano en medio del desierto; un azul claro, en ocasiones oscuro. Reunidos entorno a una mesa de cumpleaños, o simplemente una cena en casa de uno de nosotros, lancé unas miradas directas a sus dos mares de vida, como hace un pescador lleno de esperanza con sus redes. Ella me devolvía aquel gesto a veces, pero al parecer alimentada por la intriga de quien desconoce su significado. Aunque después pude percibir cierto interés suyo al comprar un libro en el que buscaba, precisamente, aclararse tal punto; se trataba acerca de la supuesta mirada del otro, no obstante el argumento puede que no aclarase su turbación.

Contemplé su forma de vestir y me vi reflejado en ella; era como mirarme en un espejo en el que sólo podía admirar mi propia belleza y gustos. Recuerdo una cena que compartimos, en la que se puso un jersey rojo, cuando ella odiaba aquel color, pero era uno de mis favoritos; tal vez era su forma de decirme algo.

 

Un lejano día, bajo la luz tenue de una farola que escapaba de un crepúsculo invernal, mientras los osos hibernaban, su mirada me resultó profunda, distante, pero todo se volvió a iluminar con aquella sonrisa suya, a veces tan dañina. Hacía ya más de dos años que apenas nos veíamos o intercambiábamos alguna palabra, incluso en ocasiones ni nos permitimos saludarnos; aunque aún había algo en ella, que tanto como en mí, continuaba atrayéndonos y el no admitirlo ni expresarlo nos separó.

Allí, en aquel patio iluminado escasamente por la farola, le vi dirigir su mirada y su sonrisa a otro. Me sentía libre de su cerco, pero la echaba de menos. Percibí una imagen mía en aquel ser. ¡Qué poca personalidad propia tenía!. Todo lo adoptaba de quienes la envolvían en su mundo de rosas, porque ella siempre iba a ser el eje sobre el que girase la tierra. Posiblemente, imitaba la forma de vestir de todo aquel que le causase asombro; su peinado, el modo de atarse los zapatos, su bebida favorita, para asegurarse la atracción de quienes comparten algo en común. Quizá era cuanto ella buscaba en los demás; tal vez creía que siendo el reflejo de alguien, éste sentiría más afinidad con ella. La mirabas y era tu misma imagen proyectada. Cuando me marché de su compañía, cambió su aspecto, era el espejo de otro.

Siempre andaba buscando algo en común, cuando nosotros sólo coincidíamos en ser huérfanos de padre; el mío, porque tras el divorcio ascendió al mundo de lo invisible, y el suyo porque tuvo la desgracia de sepultar a su esposa en el baúl de las viudas.

 

Parece que todos busquen en el otro aspectos en que ambos coincidan; es como si sólo se admitiesen a sí mismos y para ello la pareja debe compartir sus propios gustos. Aunque para mí ambos deben complementarse y aceptar cada uno al otro con sus determinados estilos, hábitos y defectos; posiblemente este pensamiento sea más difícil de llevar a término en la vida real. La posibilidad de convivencia puede parecer más remota, pero según unas ignotas estadísticas sobre las relaciones de pareja, que leí no sé dónde, los matrimonios cuyos miembros difieren más el uno del otro son los que más suelen durar. No sé que grado de credibilidad tendrían o de qué época databan, ni si era una revista de ciencia ficción. De todos modos, yo viví algunas excepciones en directo.

Aquel carácter, sumamente extrovertido, podía alimentar la sed de júbilo de mi formal personalidad. Incluso se adentró sigilosamente en nuestro hogar, para una vez ganada su confianza dentro de la familia, asegurarse plena libertad para disponer de nosotros, tras haber conquistado el aprecio materno al que tan ligados estábamos aún.

Posiblemente, su estima propia se basase en la facultad de dominar a los demás o no podía contener la necesidad de dirigir la vida de otros. Todo depende de quien lleve el timón; si no podemos gobernar nuestro navío, podemos intentarlo con otro y así aprenderemos a dirigir una vida para después no estrellar la propia. Quien sabe si lo hacía por temor a perder a quienes de algún modo amaba. Lo cierto es que todos quedaban hechizados con su naturaleza y comportamiento, de tal modo que decidían abandonar su libertad para girar entorno a ella.

Por suerte un día salí de aquel cerco de conflictos, aunque ahora, en mi vida sólo pesa la soledad, y lo peor de todo es que me estoy acostumbrado a vivir en ella. Quizá cuando se llega a una determinada edad, y uno no se ha desarrollado correctamente en las relaciones interpersonales, aumenta la posibilidad de quedar soltero.
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sábado, 14 de julio de 2012

RECUERDOS DEL PASADO (primera parte)

Cuando las miradas hablan por el corazón, pero los ojos no oyen, sólo quedan las palabras; aunque no siempre nuestro carácter las deja fluir libremente por sus labios. Es entonces cuando se acumula ansiedad en nuestro ser reprimido, y tal vez, se acaba por querer alejarse de la persona amada, buscando escapar de la presencia que enloquece a un corazón frenado por la mente.

Hay días difíciles en los que la enfermedad llama a tu puerta y dos vidas vinculadas por mucho más que una mirada y distanciadas por la cobardía, no se sabe bien cómo, pero vuelven a coincidir en un hospital. Aunque no quieres que esa persona te vea en tal estado, una parte que estaba dormida en ti despierta; necesita el esperado encuentro. Tal vez, en el momento que el alma queda atrapada en el silencio, intenta excavar una salida en el ser que la encierra resquebrajando la salud para dominar a su mente carcelera.

El mayor error fue conocerla; el mejor reto, olvidarla y un gran sacrificio habría sido cortármela; pero una buena recompensa fue no haber muerto en el intento. Y después de haberme dado mil veces con una piedra en la cabeza para enterrar su recuerdo en mi mente, sigo con el cráneo abollado y ella aún se aparece en mis pesadillas.

Así era ella, hipnotizante como una anaconda antes de aplastar tus huesos para después devorarte. Y si conseguías escapar, su recuerdo quedaba imborrable.

 

Costumbres, formas de pensar, educación y entorno modelan nuestro carácter desde la infancia y nos condicionarán para el resto de nuestra vida. Depende de nosotros el desprenderse de tabúes y miedos o formas de pensar según una arraigada lógica ancestral y colectiva. Es en la infancia cuando más se adentran en la mente las situaciones o palabras que vivimos o escuchamos. Se empieza a cimentar la personalidad individual de cada uno según el ambiente que nos rodea, posiblemente junto a una genética heredada de nuestros progenitores, que son los primeros con quienes nos relacionaremos. El barro que éramos en un principio pasa a ser arcilla, salvo que parece dejada de la mano de Dios.

Siempre me ha resultado trabajoso comunicarme con la gente de mi entorno (para las ranas sin duda es más fácil, responden a sus instintos sin condicionantes morales), pero mucho más difícil ha sido expresar sentimientos; incluso a veces me he preguntado si los tendría o se iba ser capaz de comunicarme verdaderamente y de corazón con alguien, y quizá por ello, las experiencias vividas hasta el momento, me hayan creado confusión, además de traumas a la hora de encontrar un amor diferente al materno; el único del que no me cabe ninguna duda que existe.

Probablemente pueda encontrarse el origen en el seno de una familia en la que el padre también era incapaz de mostrar afecto, o no lo necesitaba. En este caso mi madre intentaba cultivar los buenos sentimientos y mi progenitor los aceptaba como quien ingiere un alimento por necesidad fisiológica; sin saborearlo. Nunca le vi expresar unas palabras con el corazón, y si alguna vez decía algo, era más bien por compromiso o por alegrar los oídos de quien compartía su vida; aunque siempre utilizaba un tono infantil o juguetón poco sincero, más bien parecía un juego. Él se excusaba con el pretexto de que sus padres nunca fueron capaces de darle afecto; tampoco se esforzó demasiado por pulir la estatua en que se estaba convirtiendo, ni en darles a sus hijos una brizna del amor que nunca tuvo; en ese aspecto estaba convencido de que las personas no cambian. Quizá fuese de aquellos que crecen en medio de ninguna parte, esperando que los pájaros se lleven lo poco que son y no intentan mejorar como personas, porque están sujetos por una raíz que les impide cambiar. Con el tiempo llega a ser duro admitirlo, y en ocasiones se convierte en penoso, sobre todo cuando no se le tiene confianza, más bien miedo.

 

En la escuela reprimen una conducta extrovertida hacia el descubrimiento de cuanto nos envuelve, limitando nuestras actividades o formas de pensar según un código moral influenciado por determinada cultura, y que con frecuencia no se sabe aplicar debidamente; sin duda es cuando más jarrones se rompen. Pero también allí se implanta el respeto hacia la vida y los demás.

Todavía recuerdo unas palabras en boca de una profesora: “Quien pega a una mujer es un cobarde”, aunque no puedo hacer memoria del motivo, pero arraigaron muy fuerte en mí y de algún modo hicieron que siempre les haya tenido gran respeto. Tal vez, al avanzar en edad las he idealizado con demasía, pero aún resuenan esas palabras en mi cabeza hasta el punto de convertirse en un respeto obsesivo.

En la actualidad el hombre aún las sigue viendo un tanto inferiores o como mero objeto de placer. Cuando son referidas en sus conversaciones, aún tienen poca consideración y mayoritariamente siempre se habla de un numero ilimitado de conquistas, sobre cuantas se han beneficiado o acerca del volumen de su busto; todo por tener una costilla fuera de lugar.

Dado mi carácter introvertido y mi dificultad para mostrar sentimientos (particularidad, según se decía, propia de mujeres y mariquitas) no dudaba en idealizar cualquier leve contacto con el sexo opuesto, imaginando escenas llenas de un romanticismo que, al parecer, ya no está de moda. También se puede decir que los tiempos han cambiado y las mujeres, según mi trato con ellas, poco se dejan llevar por la cortesía, y feminidad tienen poca (hablo de las adolescentes de mi edad); aunque en esta comunidad, caballeros también quedan pocos y los existentes, probablemente tengan más de setenta años. Son más atractivos aquellos que escupen testosterona o tienen dinero que quienes sólo poseen nobleza y respeto.

 

Si alguna vez sentía algo inexplicable por alguien (quien sabe si necesidad, amor o dependencia), tampoco lo expresaba para que la persona de quien era objeto mi pensamiento no se creyese una diosa o se pudiese jugar con mis sentimientos; aunque aún hay algo que no consigo explicar y que me llevaba hacia el abismo del silencio, que sin duda tiene mayor peso que los argumentos anteriores. Tal vez sea cuestión de carácter; y yo precisamente no me distingo por mi capacidad para conversar. Con el papel todo es más fácil, aunque si le envías una carta a alguna chica, siempre piensa más en un posible noviazgo que en una forma de decir: “Estoy solo en el mundo y necesito ayuda”.

Hay que ver cuantas veces me he arrepentido de no decirle a alguien cuanto me gusta, pero cuesta cambiar. Aunque a la hora de llamar cretino a alguien que me haya hecho una mala pasada, raramente he tenido dificultades, salvo perder algún saludo y aumentar los nombres que engrosaran una pequeña lista de marcas de papel higiénico.

Después de todo también tuve mis pequeñas relaciones (no sé si decir sentimentales) con alguna chica, que en absoluto me ayudaron a superar mis miedos. Puedo decir que ojos azules tenía una; los de otra eran color avellana, aunque los de la primera parecían de miel y fue la que mejor sabor me ha dejado. El primer beso, empezó como un juego entre niños, en el que nosotros fuimos los reyes elegidos para gobernar las raíces de nuestras infancias. Beso del que no puedo asegurar si despertó en mí sentimientos de ternura, pero aún conservo su rubor cada vez que la miro y veo como los años se han recreado aumentando la belleza del ser que quise o me quiso a mí; como el paso del tiempo ha mejorado sus contornos, la suavidad de sus gestos. Todavía nos sonreímos dentro de nuestra propia complicidad cada vez que nos saludamos, quizá, en recuerdo de cuanto sucedió entre nosotros durante aquella infancia.

Con sus cabellos lisos cayendo como una cortina y aquel rostro redondeado por una infancia que no parece tan lejana, a veces encuentro su mirada con la mía por la calle y ella la desvía en señal de timidez, pero esbozando una sonrisa que evoca el pasado, aunque ahora ya “pertenece” a otro. Sigue desfilando ante mis ojos mientras se aleja con algún recuerdo, segura de que la sigo con la mirada, o simplemente he pasado demasiado rápido. De todas, es de la que  mejores recuerdos tengo, quizá por haber sido la primera experiencia.

Sus padres acabaron con nuestros posibles lazos afectivos, aunque también cabe la probabilidad de que sólo se debiese de un juego infantil. Quien sabe si aquello era amor. Sé que tan temprana relación no fue aceptada por su progenitor, que limitaba demasiado a los hijos, y no estaba dispuesto a permitirlo con alguien con un futuro un tanto confuso, según las perspectivas que siempre se tienen para los hijos. Cabía esperar dentro de la lógica que con el tiempo se rebelasen a aquella tiranía y hayan acabado con los prejuicios a la hora de vestir y actuar dentro de la sociedad. Sin duda no poseen el gusto por lo tradicional con que los quiso templar su padre.

En aquella ocasión, fue ella quien tomó la iniciativa y tal vez por ello ahora también espere que otra adopte la misma actitud; quizá sea cobardía o la posibilidad de quedar como un tonto o ser rechazado; después de todo esa es la inseguridad masculina, ¿No?. Al parecer todos seguimos patrones ya establecidos.
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viernes, 6 de julio de 2012

FUEGO Y PASIÓN (cuarta parte)


Recuerdo que un chaparrón matutino me cogió por sorpresa mientras realizaba un poco del ejercicio físico que inculcó en mí la experiencia del ejército y que desde que acabé el servicio y los estudios de arquitectura, solía practicar para mantenerme en forma bien temprano. De pronto, me topé con alguien que estaba en las mismas condiciones que yo. Se trataba de una apuesta dama vistiendo un pantalón de deporte gris y un “top” del mismo color que dejaba al descubierto un atractivo ombligo en el centro de una buena cintura moldeada por el ejercicio físico. Lo que más me llamó la atención fue la escayola que le fajaba un brazo. Su cara de muñeca con el pelo sorprendentemente corto, en la que destacaban unos labios de ensueño para mi todavía corta experiencia en mujeres. Rostro más atractivo a efectos del agua que la empapaba tanto como a mí. Aunque fue mucho mejor verla salir de la ducha con el pelo de escasamente dos dedos todo encrespado, envuelta en uno de mis albornoces del que con cierto descuido, tal vez meditado, pude ver con el descaro que caracteriza a los adolescentes, el contorno de sus senos debatiéndose entre ocultarse o asomarse.
Mi casa quedaba más cerca y la compasión me llevó a brindarle una ducha caliente y ropa seca para, con posterioridad, llevarla a su casa. A aquel principio siguió una apreciable amistad que apartó mis pensamientos de cualquier otra mujer.
***
El chisporroteo de las llamas me sacó de mis sueños y volví la vista a todo cuanto me rodeaba, los recuerdos que cada cosa me traía. La alfombra sobre la que la poseí una noche blanca en las lejanas montañas saciadas de nieve junto al mismo fuego. Alguna de las muñecas de porcelana que tanto le gustaban y que le regalé en uno de sus tantos cumpleaños. Viejas fotos de familia, otras más recientes...
Recapacité sobre cuanto tiempo había pasado ya, la edad, los años; momentos felices como el día de bodas, en que ella estaba más radiante que nunca, toda rodeada de flores blancas, vistiendo un largo vestido blanco; el nacimiento de mi hijo o de mi hija, acompañada de una gran sonrisa de felicidad mientras arropaba un diminuto y frágil ser que cabía en mis manos; sentí la añoranza de su compañía. Así que decidí darme un baño caliente que purificase mi ser.
Después de secarme consulté la sabiduría del espejo y vi la aparición de cabellos blancos, una cintura poco esbelta, la flacidez de mis brazos... Todo cuanto sedujo a aquella mujer, estaba marchito por los años. Probablemente el trabajo y su estrés contribuyeron en gran medida al deterioro, o fue quizá una despreocupación rutinaria de un cuerpo bastante adulto entregado a la arquitectura. En cambio, la madre de mis hijos, continuaba fresca como una flor de primavera, para la que los años no habían pasado. Tal vez en los últimos tiempos dejé de mostrarle el apasionamiento que la conquistó, o se agostaron nuestros sentimientos por el hábito en que quedaban los días en pos de la comodidad que solicitaba la entrega a mi trabajo.
Me pregunté una y otra vez ¿porqué él?, ¿porqué él?. ¿Cómo fue capaz uno de mis colegas de profanar mi matrimonio?. Quizá era el abandono de mi juventud lo que llevó a mi mujer a buscarla fuera del maridaje, tal vez la necesitaba para mantenerse joven.
A media tarde decidí aventurarme mucho más allá de la pineda a la que seguía una cala de aguas transparentes. Rebasé aquel acogedor lugar que solía frecuentar con mis hijos cada verano, hasta alcanzar a ver el mar abierto y otra playa aislada poco más lejos, en la que el progreso aún no había extendido sus raíces.
El mar golpeaba las rocas con una violencia de la misma intensidad que mi sufrimiento. Una brisa fuerte traía en suspensión el alimento de mis lágrimas en unas gotas frías y saladas que se confundirían con mi llanto. La roca estaba húmeda, pero no me importó.  Una mano se fue a posar sobre mi hombro, con la delicadeza de un pájaro. Alzando los ojos por los que corría fuego, un rostro angelical, del que se desprendió un signo de consolación en una mirada absorbente contemplándome con fijeza, me concedió un descanso mediante su leve sonrisa.
- Sigues pensando en todo ello, ¿no?.
- Sí, no me lo puedo quitar de la cabeza, la quería.
- Tranquilo, ya verás como todo se soluciona.
Quien iba a pensar que un simple beso me condujese hacia una nueva efervescencia lejos de los momentos de placer que solía compartir con mi mujer. Tal vez la venganza, los celos o probar la infidelidad, me empujaron hacia aquella circunstancia que hoy atormenta mi espíritu.
Un gesto de consuelo expresado con los labios de un ángel del amor, se infectó de saliva ajena y, desembocando en el frenesí de dos voluntades extraviadas, nos envolvió en juegos de manos, seguidos del desnudo de nuestros cuerpos que culminaron en un aferramiento total entre sudor y respiraciones aceleradas. Todo ello, en un medio arenoso, salpicado de las gotas de un mar embravecido a ultimas horas de le tarde.
***
Mientras los labios cedían al afecto de la belleza que postraba ante ellos, mis manos examinaron maravilladas la firme redondez de los pechos que se ocultaban tras la blusa abotonada, que no opuso resistencia a las manos que la desabrocharon con paciencia para no sobresaltar su disposición a cuanto pudiese suceder. De pronto, sentí otra mano que bajaba recorriendo mi pecho hasta llegar a detenerse un palmo más abajo del ombligo. Intentaba atravesar la clausura que tal vez ocultaría alguna cosa en estado latente, pero que comenzaba a despertar y que, de modo predeterminado, cautivó su atención. Tras un sonido deslizante, aquella mano, reptando como una serpiente a la entrada de un cubil en el que precisamente no se alojaba ningún conejo, consiguió acceder hacia cuanto buscaba. Sin darle demasiada importancia yo proseguí en mi labor, desabrochando la prenda que encubría las portentosas divinidades de aquella princesa.
Mientras, mi lengua, actuando por cuenta propia, tras examinar la oreja izquierda, empezó a deslizarse hacia su hombro degustando aquella piel dorada por el sol. Siguió bajando por el brazo hasta que el tatuaje de un ave rapaz hizo que me detuviese. Mis ojos quedaron  maravillados para quedar entregados a admirar su encanto.
Unos pellizcos en la nalga me animaron a continuar. Los dedos comenzaron a recorrer cada vértebra, hasta que llegaron a una graciosa curva que resaltaba para dirigirse hacia atrás; montículo que aparecía dividido en dos partes simétricas y consistentes que rápidamente solicitaron la presencia de la otra mano, muy afanosa desnudando todo aquello que encontraba a su paso para examinarlo con detención.
Las dos manos, palpando con firmeza las nalgas que las colmaban, suaves como la piel de un bebé, sopesaron su valía y comprobaban su nervio con unos dulces pellizcos. Entretanto mordía distraídamente una oreja, haciendo uso de mi viscosidad bucal, descendí poco a poco lamiscando por el cuello. La lengua, deslizándose con habilidad, consiguió llegar a un valle entre los pechos, de los que antes ya se habían percatado las manos y, junto con la ayuda de los dientes, quiso examinar los prominentes pezones, que siempre les había resultado difícil ocultar a las ropas de las que hacía uso esta diosa.
Acorralando el pezón entre los dientes, la deshuesada lo acarició con mucho tacto, estudiando su naturaleza. Poco después seguí recorriendo aquella superficie con los labios mediante pequeños besos, percibiendo cada costilla, cada curva..., hasta llegar a un exquisito ombligo, por el que la lengua buscó acceder a las entrañas de aquella virgen. Mi espalda brotaba en fuego frente a unas manos que la arañaban con gana, y para escapar de sus uñas, decidí ir a buscar los pies que soportaban tanta belleza.
Como un recién nacido, con todo el dedo pulgar dentro de la boca, chupaba buscando extraer la savia que me diese fuerzas para continuar. Cansado de no conseguir nada más que sobreexcitarla, fui ascendiendo por su pierna derecha haciendo cosquillas con la nariz, hasta detenerme sobre la rodilla. Alcé ligeramente la vista para observar el camino que quedaba por recorrer y mis ojos, quedaron boquiabiertos. Una agradable y poco esperada protuberancia, aquel fresco y tierno abultamiento simétrico a cada lado de la húmeda hendidura (como los labios de una infanta, en los que el vello no tenía morada) estaba esperando mi llegada, mientras ella, tal vez vencida por la experiencia se dejó poseer.
Explorando la entrepierna desde la distancia, y ayudándome a subir con la legua por la cara interna del muslo, llegué a besarme con aquellos labios carnosos, en los que se entremezclaron nuestros fluidos haciendo uso del viscoso músculo. Con mi boca examinaba su naturaleza mediante un lengüeteo, que iba abriéndole paso a mi virilidad. Al acceder a sus entrañas, una deleitosa sensación de calor en un medio húmedo, cautivó mis emociones y me envolvió en una red de ofuscación frente a cuanto me estaba sucediendo. Unas manos alborotadas acariciaban con desespero mi espalda, mostrando de tanto en tanto sus uñas o aferrándose a las nalgas con fiereza ayudando su movimiento de vaivén, ritmo guiado por una extraña y jubilosa corriente que me recorría de arriba abajo.
De repente, aquella fiera me derribó, y poniéndose sobre mí, continuaba alternando el movimiento de balanceo arriba y abajo, cada vez con más desesperación, gimiendo más y más, al tiempo que yo intentaba menguar la violencia de su impulso, sujetándola por la cintura. Observándole la cara, vi como extrañamente sus ojos lagrimeaban en una enigmática expresión de placer y dolor. Milagrosamente agotada, se dejó caer sobre mí suspendida en una nube de locura, mientras, yo le acariciaba el cabello y sentía reposar el peso de sus fatigas. Todo pegajoso de arena y sudor, me recreaba con el pensamiento absorto en el momento que acababa de concluir.
***
Al día siguiente un haz de luz llamando a la ventana de mi habitación me despertó. Ella se había marchado al misterioso lugar del que vino. Dejó la huella de sus pasos sobre un lienzo, en el que pude distinguir el retrato de mi mujer, fundida en un beso eterno conmigo, bajo la puesta de sol a la orilla del mar en la que le fui infiel. Entre las aguas, una sirena sonriendo con la mano en señal de adiós.
Con gran admiración había contemplado una y otra vez aquel ser en cada uno de sus movimientos, posturas, actuaciones... Hoy perduran en mi recuerdo el color de sus ojos, en los que se mezclaban la noche y la tierra, en una insólita amalgama de brillos cada vez que la refulgencia solar incidía en ellos. Ojos que vistos de perfil me asombraron con sus párpados pestañeando con gran sutileza. Ojos que vi llorar en una situación realmente insólita. El movimiento de vaivén que adquirían sus pechos bajo aquella blusa cuando cabalgaba. El brillo del escaso e inapreciable vello dorado que poblaba su cuerpo, ofreciendo gran contraste con el negro de sus cabellos a los efectos de un rayo de luna, incidiendo sobre ellos en un brillo sobrenatural. Las diminutas pecas que engalanaban su nariz, dotada de una tonalidad rojiza a causa del sol. La nuca descubierta frente los cabellos que recogía la peineta de madera...

Comprendí que mis hijos y mi mujer me necesitaban. Eran para mí lo más importante del mundo. Merecía el perdón y un renovado ramo de sentimientos como el que recibió cuando nos casamos. No tardé más de una hora en volver junto a ella, mi mujer.
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