sábado, 4 de agosto de 2012

RECUERDOS DEL PASADO (cuarta parte)

Para condimentar el plato, añadamos el tedio de una mujer casada y con hijos. Mi madre, que no pudo aceptar el hecho inevitable de que sus hijos se estuviesen alejando del hogar y acabó por aborrecer la presencia de quien suplantaba su figura femenina. Con todo, empezaron a surgir las primeras disputas entre madre e hijos dentro del seno familiar, que sumadas a las que iba arrastrando el propio matrimonio, crearon un clima de inestabilidad que acabaría cediendo; todo se desmoronó.

En aquellos momentos difíciles, ante los problemas que trae el divorcio, las responsabilidades domésticas se vuelcan sobre otros, hasta que la frágil salud falla a causa de tanta presión o remordimientos, quién sabe;  ya todo acaba por caer en picado.

Empezó con un leve dolor de cabeza, en ocasiones fugaz; pero después llega a persistir unos días, hasta que acaba por ser mantenido. Pasa un mes, luego dos. En un principio la intensidad se puede soportar, aunque con el tiempo aumenta la presión sobre el cerebro; a veces se irradia una leve molestia al ojo, hasta que todo causa estragos de tanto dolor. De no ser por aquellos síntomas, la pequeña hinchazón abdominal, el verdadero problema que iba avanzando   con la astucia de un lince, habría pasado desapercibido hasta llegar a límites insospechados, incluso devorar muchos más órganos. La cabeza es un espacio que no puede distendirse y cualquier aumento de presión a causa de una hinchazón se traduce irremediablemente en dolor.

Amigos y familiares confluyen en el hospital entorno a la víctima, conducida hacia su cruz por el conjunto de una sociedad llena de prejuicios. Es triste en momentos así hacer un repaso de cuantos te rodean y encontrar que sólo han alimentado rencillas, reproches, descortesía; siempre te han tratado como a la oveja negra. Puede que yo nunca fuese una persona ejemplar.

Allí, entre cuatro paredes frías y gente deshumanizada, sólo se busca la destrucción del trastorno físico, y casi siempre se ve afectada la dignidad de la persona, que deja de serlo para adquirir la condición de un simple paciente más. Sobre el propio sufrimiento se vuelca el ajeno, porque pocos saben ocultar sus emociones en una situación semejante, y sobre todo, cuando se van revelando los diagnósticos. A veces queda lejos encontrar una luz que nos dé esperanzas. Pero el foco no radicaba en la materia gris.

Con mi entrada en el hospital todo se tornó nebuloso y la vida cambió su sentido. En situaciones así, los enemigos al parecer se convierten en amigos; y sobretodo cuando a uno le falta poco o está cerca de la muerte.

La misma que alimentaba el universo con su energía, vino a verme, aunque no sé si por algún sentimiento hacia mí o por escoltar a mi hermano, al que acompañaba como apoyo meramente moral después de las responsabilidades que pesaron sobre él. Ella no sé si tenía sentimientos o los ocultaba, pero entonces, por primera vez se mostró seria y formal como nunca lo había sido, al tiempo que con la mirada iba valorando una situación que escapaba a todos.

Mientras a mí me metían dentro de máquinas para rastrear todo mi cuerpo y asegurarse una posible vía de operación, amigos o algún escaso familiar hacían turnos de vigilancia alrededor de las diferentes zonas a las que me iban trasladando, aunque el paso les quedaba vedado. Lágrimas, tensión, desesperanza y miradas hacia el cielo, con muchos por qué pendientes, envolvían a quienes estaban padeciendo la enfermedad desde la otra cara de la moneda. Sin hablar de la inminente entrada en el quirófano, todos esperábamos aquella hora en la que había puestas muchas esperanzas; aunque sabíamos que aquello no iba a ser todo.

Lo desconocido de algún modo siempre nos causa pavor, y la sala de operaciones era algo totalmente inexplorado para mí. Imaginarme tendido sobre una camilla, totalmente inconsciente, en manos ajenas y con las entrañas abiertas a merced de unos desconocidos, aunque fuese para salvarme la vida, no tenían atractivo alguno. Si esto influyó en lo sucedido, no lo sé, pero desde luego no desearía volver a pasar por otro infierno semejante.

Quien iba a imaginar que mi cuerpo no reaccionase dentro de lo previsible con la anestesia. Respondí con un paro cardíaco que alborotó todo el quirófano. Dijeron que estuve muerto cinco minutos, aunque luego resucité, pero sin conciencia. Había entrado en coma. Pudieron extirpar el foco del tumor y a cambio perdieron mi mente.

El mundo conocido sucumbió ante la violencia de los huracanes de la desesperación, que casi acaban con mi madre, pero la extraordinaria fortaleza con que la habían dotado sus experiencias en la triste vida que le tocó vivir, la mantuvo hasta el final; siempre en los límites de la locura. Tal vez, lo que a mí más me había preocupado siempre fue el que no pudiese soportar la pérdida de la única persona que le dio su pequeño apoyo en sus numerosos avatares o le hizo llevadera su incrustada soledad.

A mi hermano le tocó forjarse como el único pilar en pie que podía sujetar la ruinosa familia, porque nuestro percusor se había eximido de toda responsabilidad paterna. A él le iba a corresponder pagar la hipoteca que antes pesaba sobre mis espaldas mientras él apuraba los últimos días de una juventud que llegaba a su fin. Sus amigos, que en algún tiempo también lo fueron míos, ahora, en lugar de diversión, sólo podían ofrecerle su apoyo moral y alguna que otra ronda entorno a quien adquirió el estado de un vegetal, para que nuestra madre pudiese descansar un poco. La situación no le gustó demasiado; era más cómoda su anterior falta de responsabilidad. Siempre se negó a abandonar la casa por la cercanía de sus amistades, pero pagar por ello...

El milagro ocurrió. Yo desperté del coma. Pero los vestigios no erradicados del tumor se continuaban extendiendo por todo el cuerpo y aún peligraba mi vida; así que en la desesperación, muerta toda esperanza, me agarré a la primera que tuve delante aquel día en que decidí celebrar la fiesta del fin del mundo. Con mucho alcohol entre pecho y espalda despedí la virginidad antes que la vida; me traicioné a mí mismo.

Con la radioterapia, sólo me quedó en pie un pelo, que poca concentración de queratina tenía respecto al de la cabeza, las cejas o las axilas. Pelo del que me ocupé de peinar correctamente, y aplicarle las lociones pertinentes para que alimentase un brillo imperial.

Todo se había vuelto a destapar casi un año antes. Mientras celebrábamos un cumpleaños en el que ambos habíamos sido invitados, volví a sentir su calor. Después de aquel día me di cuenta de que tal vez aún había algo en nosotros que no iba a permitir unas vidas separadas. Pero el tiempo pasó y las cosas volvieron a su cauce de distanciamiento preventivo. Aunque cuando la muerte se invita por sí sola, siempre acude a consolarte quien menos esperas. Se desataron nuestras represiones y... Otro duro golpe.

Recuerdo el día que vino a mi casa toda alterada porque aquella con la que yo intentaba intimar, sin su beneplácito, se había quedado encinta. Nada de aquello sucedió; simplemente se trataba de otras de sus novelas de ficción. Acordamos que nunca sucumbiríamos a sus maquinaciones y que nuestra amistad iba a cobrar mayor fuerza desde aquel día en que ella nos demostró su faceta más vil. Desgraciadamente, ella pudo más que nosotros y ahora me pregunto, después de cuanto nos hizo, cómo es posible que aún me entregase en sus garras.

Hace una semana que me dijo lo de su embarazo. No supe qué creer. Fue algo sorprendente, que tras lo sucedido entre nosotros, yo me convirtiera en su primer confidente. No era nada de otro mundo el que una chica se quedase embarazada, salvo que yo era el padre.

Con el apresuramiento que precede a un fin trágico del planeta entero, sin más meta que escapar de presentarme ante la muerte con el sello de la virginidad, nos arrojamos a una desenfrenada desfloración sin medir consecuencias. Al parecer, ya ducha en el manejo de los diversos utensilios para combatir la soledad de una mujer de hierro, no resultó en absoluto doloroso para ella, ni tampoco creo que yo alcanzase la calidad de aquellos artefactos de goma; admito que resultó algo traumatizante para mí, al desenvolverme como un torpe mecánico dentro de su coche y mucho más con el desenlace que alcanzó.

Nunca había recibido tantas dagas en mi pecho como aquel aciago día en el que, ante el rostro de sorpresa y desengaño de aquella que cautivó la nueva independencia de mis ojos, exhibí la infidelidad a nuestro pacto. Si fue una coincidencia o un hecho premeditado, es algo que quedó por esclarecer, pero lo cierto es que mientras me obcecaba en aquella labor sobre carnes ajenas, sin percatarme de los pasos de una solitaria viandante, se iba fraguando la tragedia. A través de la ventanilla del coche, aquella que me dijo ser incapaz de aceptar la unión entre quien arrasó nuestros idealizados sueños de amor de adolescente y alguno de los tres miembros masculinos del grupo, estaba presenciando en directo mi muerte en vida. Perdí el control de la actividad y vomité el precio de mi villanía con una certera eyaculación en sus entrañas.

Sólo cabía esperar el veredicto del test de embarazo, que confirmó ser positivo. En un corto espacio de tiempo, aunque un poco temprano para mi edad, podría comer huevos; iba a ser padre. No obstante, la paternidad me resultó inimaginable y nunca llegué a ver si sería niño o niña. Ella quiso abortar para que su madre nunca se enterase de su deshonra. Teníamos que darnos prisa y aún no sabíamos que hacer. Mientras el tiempo pasaba.

 

Algunos individuos son tan racionales y lógicos que parecen funcionar casi como ordenadores y ella resultó ser una persona muy racional. No sé cómo ni dónde pero encontró un lugar en el que podían interrumpir su embarazo, pero había un problema: los honorarios y la nulidad de independencia económica de una adolescente universitaria. Con mis ahorros secretos, que algún día pensaba invertir en estudios o en un viaje, tuve que pagar el precio de mi desliz y financiar su aborto. Su madre pensó que estaba en la universidad.

Que tenía ella es algo que no puedo explicar si una y mil veces caí en sus embrujos y tampoco fui el único. Sólo puedo decir que no era físico; se trataba de algo inmaterial que tenía en su interior; anulaba nuestros pensamientos. Después de todo quien sabe verdaderamente lo que sucedió. A nuestras mentes ya sólo les queda  lanzar hipótesis según nuestro propio punto de vista, que por supuesto raramente admitirá haber actuado de forma incorrecta o buscando el propio beneficio. Sólo es posible creerlo si se ha vivido.

Me parece que al releer estas páginas haya estado describiendo al mismo diablo. Tal vez la distancia entre el amor y el odio no sea mayor que el tic–tac de un reloj. Quizá la vida de más vueltas que una moneda en un campo de fútbol, y cuando esperamos que salga la cara de un amigo, nos aplasta una cruz.

El espejo acabó rompiéndose en pedazos mientras la naranja se podría. Y tras mis fracasos y con la soledad como compañera, en las tierras lejanas que pisaban mis únicos y verdaderos ancestros, intenté lanzar estos recuerdos hacia los vientos del olvido, dispuesto a emprender la tarea de edificar una nueva vida después del diluvio que asoló todos los orígenes de mi experiencia humana.

Ya no me pesa la costumbre de convivir con la soledad; la única cosa en la que verdaderamente se puede confiar.

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